Fragmento: La evolución del dogma - TEOLOGIA DOGMATICA - MICHAEL SCHMAUS - Pag. 83


5. Hay una comparación que pone de relieve la importancia del desarrollo evolutivo del dogma: el crecimiento de un árbol. La bellota se convierte en haya; ésta presenta un aspecto muy distinto del de la bellota, aunque germinalmente se encuentra ya en ella. Se renuevan aspecto y figura, permaneciendo estables la esencia y la estructura interna. Si se atiende al aspecto externo de las doctrinas de la Iglesia del siglo II y del edificio dogmático de la Iglesia postridentina, es evidente que reina una gran diferencia entre ambas estructuras; no obstante, la parte esencial ha permanecido inmutable y no se ha dado transformación sustancial. El crecimiento de los dogmas no terminará hasta el día del Juicio Final y por ello el desarrollo evolutivo tampoco cesará hasta entonces; el aspecto externo de la Iglesia en su configuración dogmática dentro de mil años será, ciertamente, distinto del de la Iglesia actual; tan grande, para seguir con nuestra comparación, como la diferencia existente entre la bellota y el haya, pero la continuidad será a su vez tan grande como la que hay entre una y otra. J. H. Newman compara la evolución de los dogmas con el desarrollo de la ciencia humana. El científico considera y estudia en primer terminó el objeto de su ciencia; luego examina los detalles y pasa de esta forma del conocimiento universal y homogéneo al plano de los conocimientos particulares y heterogéneos. Más tarde, sabrá integrar los conocimientos particulares en el seno del sistema científico que puede elaborarse en torno al objeto. La evolución de los dogmas puede también compararse con la actividad lógica por medio de la cual deducimos las consecuencias que se encierran dentro de un pensamiento axiomático. La doctrina de la Iglesia sobre la evolución del dogma, a pesar de afirmar la inmutabilidad del contenido dogmático, no niega la posibilidad de un desarrollo perenne. Este desarrollo ofrece al espíritu tantas posibilidades de reflexión y conocimiento, que sería positivamente injusto decir que la doctrina de la inmutabilidad dogmática conduce irremisiblemente al estancamiento intelectual. Prescindiendo de las relaciones que encadenan la fe con la ciencia profana y la cultura—cosas ambas que ayudan e impulsan al creyente a un continuo dinamismo intelectual—dentro del terreno de la Revelación hay siempre nuevos horizontes a descubrir. La actitud de los que aspiran a una situación permanente y cansina dentro del dogma, los agnósticos de lo religioso, no es compatible con la sana inmutabilidad ya establecida por la Iglesia respecto a sus dogmas. «:s más: la sumisión al dogma definido solemnemente por la Iglesia no implica el entregarse a un sistema de conocimientos acabados y perfectos; en ese sometimiento va implicada siempre la mirada hacia un desarrollo definido e ilimitado de realidades dadas e infaliblemente fijadas por la Iglesia. Este crecimiento y desarrollo del dogma no tiene nada que ver con el que se operaría en un proceso natural. Los dogmas no crecen como un árbol o una flor. Su crecimiento es comparable al crecimiento orgánico de los organismos. Pero hay que tener conciencia de las diferencias. Los dogmas han surgido en plena lucha; la que ha de darse entre la Iglesia y el error. Son el exponente de una participación creyente con Cristo. El Magisterio eclesiástico, al proclamar un dogma—ese Magisterio apoyado por la acción directa del Espíritu Santc-—confiesa su fe en Cristo de un modo capaz de ser oído y escuchado por los hombres de un determinado tiempo: es acción y realización de la fe. La promulgación de un dogma es por lo tanto la realización, acción de fe. Sólo así se comprende el que un dogma pueda surgir a base de decisiones emanadas de una asamblea eclesiástica. «¿Quién se atrevería a afirmar la existencia o la posibilidad de la división del átomo sólo porque así lo decidiera el escrutinio de una asamblea? Sin embargo, ahí—en una asamblea—se descubre el misterio del dogma.» (G. Koepgen, Die Gnosis des Christentums, 1939, 238). Pero esto no es descubrir una verdad, sino fijar, conservar y promulgar creyentemente la verdad revelada en Cristo. 

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